De tenientes y vacas con gafas
Teniente,
el problema no es lo que usted dijo o lo que quiso decir. Tampoco el asunto
radica en cuán interesante o preocupante es para usted saber si Ivania estaba
sola a la una de la mañana mientras cruzaba una avenida. Ni siquiera usted es
el issue aquí.
El
problema, Teniente, es que ha llovido mucho sobre este terreno y el suelo está
saturado. En 1918, Teniente, y para hacerle la historia corta, dos mil mujeres
de todos los rincones (pobres) de Puerto Rico fueron arrestadas por la policía,
sometidas a juicios sumarios (y en inglés), encerradas en cárceles hasta por
dos años y sometidas a vejatorios exámenes vaginales, precisamente por eso, por
caminar solas por las calles, a veces de noche, otras en plena luz del día.
¿Cómo no arrestarlas si eran “prostitutas”? ¿qué mujer “decente” se atrevería a
romper así los estándares de la “decencia”? Se merecían la cárcel, se merecían
las invasiones a su cuerpo, se merecían la muerte y la locura que vinieron
junto con el encierro y se merecían la vergüenza pública. Sucede, Teniente, que
esas dos mil mujeres fueron nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras tías,
nuestras vecinas. Mujeres paridoras de otras generaciones a las que nunca nadie
pudo defender ni apoyar ni entender, entre otras cosas porque no existían
“palabras”, conceptos, argumentos y tampoco la valentía para así hacerlo.
Pasa
también, Teniente, que por esa misma época, los padres y los maridos golpeaban
sin misericordia a las mujeres de su casa. Las golpeaban con los puños, a patadas, a correazos y solo para que
“aprendiéramos a respetar.” Y, ¿sabe usted?, nadie intervenía ni se ofendía
porque eso eran “asuntos entre marido y mujer” y porque, de seguro, “algo habrá
hecho ella para merecerlo.” Carmen Luisa Justiniano, una jíbara de Maricao, da
buena cuenta de ello en su biografía y no puede uno leerla y no temblar de
angustia y de rabia. Con valor y a como
dé lugar se llama el libro. Le recomiendo encarecidamente su lectura,
Teniente, y así podrá notar cuánto se parecen sus palabras de hoy a las dichas
por aquellos de entonces.
Y
de pasar, pasa también, Teniente, que fuimos educados por esas otras generaciones
y que, a pesar de tanto estudio y de tanta tecnología y de tanto discurso y de
tantas leyes, portamos en el flujo sanguíneo los conceptos divisorios y nada
ingenuos de “mujeres buenas y santas” contra “mujeres malas y putas.” Heredamos
también ese asuntito no resuelto de que hay comportamientos permitidos a los
hombres, pero en una mujer “se ven feos” (o “pocos usuales” para citarlo a
usted) y por lo tanto son castigables (vía divinidad o vía golpes del machazo).
Eso, Teniente, lo cargamos todos: periodistas, policías, maestros,
deambulantes, jueces, reggaetoneros y gobernadores.
Los ejemplos sobran. Aquí,
fresquito, tenemos la terrible muerte de Ivania y sus comentarios. O, esta otra golpiza salvaje a una mujer,
merecida por ella haberse “acostado con
otro hombre… y con otra mujer” y que nos fuera traída ante nuestras narices, gracias
a generosos fondos públicos, en la película puertorriqueña Vacas con gafas.
Y
ya le dije, Teniente, el asunto es viejo y serio. Con el historial que traemos
a cuestas, no podemos darnos el lujo, ni siquiera, de utilizar una palabra
ambigua o de doble inferencia. Ni un error más, por ingenuo que parezca. Ni una
generación más bajo los influjos de premisas estúpidas y que cuestan vidas.
Ahora mismo, en estos precisos instantes, en algún rincón de Puerto Rico, hay
un delincuente listo para atropellar a otra Ivania; hay una patada cuyo destino es
el cuerpo de una mujer; hay un juez decidiendo sobre si proteger o no a una
esposa de los puños de su marido; hay un periodista escribiendo una historia
sobre “prostitutas”; hay un policía investigando el asesinato de
una joven. Y, lo peor de todo Teniente, y este es el verdadero problema, es que hay niños mirando.
Comentarios