Santiago, Bacardí y una intelectual (Parte II)

Con una investigación inconclusa sobre Emilio Bacardí di punto final a mis años como estudiante de la Universidad de Oriente en Santiago de Cuba. En un caluroso mayo del año del Señor de 1994 ya era poseedora del título de Licenciada en Historia del Arte. Estaba lista para empezar mi vida profesional. Pero, debía primero pagarle a la Revolución.

Me repitieron muchas veces que de no ser por la Revolución jamás hubiera podido estudiar en la universidad. Que los hijos de padres obreros (como yo) no hubieran podido pagar los altos costos universitarios. Que en los países capitalistas los campesinos, obreros y proletarios no van a la universidad. Es más ni siquiera a la escuela elemental. La Revolución había sido tan y tan generosa, que no vaciló en pagarme toda mi carrera. Bueno, también me sometió a verdaderas torturas cognitiva-filosóficas que bien hubiera podido ahorrarse:
-          Economía Política I y II
-          Filosofía Marxista Leninista I y II
-          Socialismo Científico I y II
-         - Todo un semestre de entrenamiento militar (armar y desarmar AK 47, tiro al blanco, camuflaje, defensa ante ataques antiaéreos, en fin.)

Bien, quejas aparte, lo cierto es que yo no había pagado ni un solo peso por toda mi educación y ahora no podía menos que devolver tamaño sacrificio, trabajando donde me necesitara la Revolución, dispuesta a recibir un salario mensual no mayor a los 200 pesos cubanos al mes y a trabajar “voluntariamente” los domingos rojos  y a asistir los sábados a los entrenamientos de las Milicias de Tropas Territoriales (MTT) y a hacer las guardias nocturnas en mi CDR (Comité de Defensa de la Revolución).


Sacrificado, pero ahí estaba yo, toda una “licenciada en Historia del Arte” (que no era poca cosa) lista para lo que fuera. Con espíritu revolucionario, tal como lo aprendí de Marx y Engels, sin pretender aportar a la plusvalía capitalista y con la certeza de que, aunque muy joven, era ya dueña de los medios sociales de producción de mi país. ¡Ah! y, por supuesto, ni pensar en que entraba en un mercado laboral competitivo ¡emulación socialista! y Patria o Muerte. Venceremos.

Solo faltaba que me dijeran el lugar. Donde sea y para lo que sea, Comandante en Jefe, ¡Ordene! ¡Pa lo que sea Fidel, pa lo que sea! (aunque no crean las consignas se pegan). Lista, listísima. Con la moral revolucionaria en alto… hasta que finalmente llegó el nombre del lugar. Pal carajo el Comandante, coño. ¡Cómo que pa’l cementerio! ¿Qué voy a hacer yo en un cementerio? ¿De qué me sirve tanto marxismo, la lectura completa de los tres tomos de El Capital, en un cementerio? Terrible. Injusto. Lloré como loca. Pero era mi deber cumplir con la Revolución. Allí era donde me necesitaban y no le fallaría a Fidel. Me sequé las lágrimas, ahogué los suspiros, me arremangué los pantalones y el próximo lunes ya caminaba hacia el Reparto “Boca Arriba” (qué chistosos los cubanos). Me reportaba a mi nuevo y primer trabajo en la vida: el cementerio Santa Ifigenia en Santiago de Cuba.

Trabajo en Santa Ifigenia
El trabajo era sencillo. Debía ser guía de museo en la parte histórica del cementerio.
Con cierto desdén escuché las indicaciones de mi jefa del Ministerio de Desperdicios Sólidos. Sin hacerle mucho caso a lo que decía, comencé a explorar mi museo y, hoy debo confesar, fue un amor a primera vista. Me enamoré perdidamente del cementerio. Allí trabajé no solo con pasión, sino con el gusto de los que pertenecen, de los que son, de los que nunca se van y siempre regresan.

Santa Ifigenia fue fundado en 1878 y allí, la burguesía santiaguera hizo gala de magnificencia. Arte funerario impresionante: neoclasicismo, art decó, eclecticismo, barroco. Esculturas y panteones imponentes. Mármoles de Carrara. Mármoles negros. Silencio. Orden. Árboles. Brisa. Símbolos cristianos, masónicos, judíos, musulmanes. Epitafios de amor. Allí también me esperaban los héroes de nuestras guerras de independencia: Carlos Manuel de Céspedes, Mariana Grajales, José Maceo, Flor Crombet, José Martí, Emilio Bacardí.

Los primeros días ni siquiera comía, no tocaba nada, caminaba en puntitas de pie y siempre andaba asustada. Le tenía pánico a los fantasmas y a que, de repente, se abriera un sarcófago y una mano me llevara al más allá. Pero no pasó una semana y ya me paseaba a mis anchas por los pasillos de cruz latina, contaba las tumbas, leía epitafios, hablaba con los muertos y espiaba las ceremonias “secretas” que de vez en vez se celebraban en algún que otro panteón. Mi sitio preferido era el banquito frente a la tumba de Tomás Estrada Palma. Y lo sigue siendo, porque hasta allí “vuelo” cada vez que mi alma necesita descanso. Me siento, recibo la brisa en mi cara, escucho el silencio y miro al cielo.

El trabajo principal consistía en atender los visitantes al Mausoleo de José Martí. Pronto recitaba con toques y palabrería muy de “intelectual” el estilo art decó con el que se diseñó el mausoleo, las seis cariátides y sus significados, los monolitos de la entrada, la tierra depositada proveniente de los países libres de América, las piedras que conforman todo el monumento y su conexión con las canteras de San Lázaro. La luz que siempre, no importa la hora del día, entra y se derrama por la urna funeraria gracias a un precioso lucernario. La escultura de un Martí pensativo y las eternas e infaltables rosas blancas que acompañan al Maestro.

Bacardí y yo de vuelta en el cementerio
El Mausoleo a Martí no era mi única tarea. Debía llevar al visitante a través de unos puntos previamente marcados. Primero Martí, luego el panteón de los caídos por el Internacionalismo Proletario, de allí hasta la tumba de Carlos Manuel de Céspedes, pasando por Tomás Estrada Palma pero sin mencionarlo por vendío al Imperialismo Yanqui, dejando al lado izquierdo un templo masónico y obviando la preciosa pirámide de mármol negro que compone la tumba de don Emilio Bacardí.


Tenía 24 años y nunca antes me habían botado de trabajo alguno. Nada que perder. Hice mi propio guión de visitas en la que incluí, por supuesto al Bacardí de mi predilección. Les conté a todos mis ‘clientes” quién fue don Emilio, todo lo que hizo por la ciudad, su gesta revolucionaria, sus amores y su pasión por la literatura y el arte. Todos los días le llevaba a don Emilio las rosas blancas que se descartaban del mausoleo de Martí y lavé con agua limpia su tumba. Escuché a los sepultureros más viejos decir que la pirámide era tan grande que solo fue posible transportarla hasta su lugar montada sobre inmensos bloques de hielo. También eso fue incluido en mis charlas ante la tumba de don Emilio.

Ya me miraban raro. Me lo advirtieron. No puedes llevar a los visitantes a esa tumba. No está incluida. Pero ya lo dije, 24 años, qué me importaba. No solo seguí haciéndolo, sino que agrandé mi campo de acción. Husmeé en los libros del propio cementerio y encontré a toda la familia Bacardí, cuyas tumbas fueron relocalizadas en la década de 1950 para la construcción del Mausoleo de Martí, y desde entonces “perdidas” para sus seres queridos. Solo faltaba la matriarca, doña Lucía Victoria Moureau. La busqué y la busqué, pero no apareció. Es la única que no está allí. Luego supe que su cadáver quedó en Kingston, Jamaica y a pesar de múltiples intentos, Emilio no pudo nunca traerla de vuelta a su Santiago
.
Yo no lo sabía, pero mis días en Santa Ifigenia estaban más que contados. En abril anunciaron que para el aniversario número 100 de la muerte de José Martí, que ocurriría el 19 de mayo de ese año de 1995, el propio Fidel iría al cementerio. El lugar se llenó de agentes encubiertos que me acompañaban a todas partes, las cámaras inundaron los árboles, las amenazas ‘enemigas” justificaron todo tipo de acción, hasta el vuelo de los pájaros fue debidamente monitoreado.

  Una semana antes del gran evento, me anunciaron que debía irme “voluntariamente” de vacaciones. Nunca regresé. No hubo carta de despido. Solo una frase lapidaria (que espero no sea mi epitafio) al lado de mi nombre: No confiable.


Todavía el destino me deparaba otros derroteros conectados con Bacardí. La historia continuará.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Mi estimada Dra Peti.
Por favor no deje de avisarme cuando publique en su blog.
Siempre es un placer leerla. Quiero que sepa que he sido el visitante 72 y haré lo posible para cambiar el adjetivo “desolado” de su sitio.
Siempre suyo.
Criticartt ha dicho que…
Apreciada Nieves de los Ángeles, estoy realizando un estudio sobre la relación entre la familia Bacardí y Sitges durante los primeros años del siglo XX. Si no le es molestia me gustaría poder conectar con usted para consultarle algunos datos. Mi e-mail es beliartigas@hotmail.com.

Muchas gracias por su atención
Nieve de los Angeles ha dicho que…
Saludos:
Me puedes escribir a nievedelosangeles@gmail.com

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