Santiago, Bacardí y una intelectual


Es Santiago de Cuba. Esa ciudad que Federico García Lorca definió como ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!

Es 1994. Santiago ebulle de preparativos para celebrar, en 1995, el 480 aniversario de su fundación. Mientras tanto, yo, santiaguera de nacimiento, intentaba definir el tema de mi tesis para graduarme, también en 1995, de Licenciada en Historia del Arte de la Universidad de Oriente… Es Santiago de Cuba “brisa y alcohol en las ruedas…”

Propongo tema tras tema y ninguno es aceptado por mis directores de tesis. Un buen día, mi padre sugiere uno que me gusta. Me atrapa. Historiar al primer alcalde de la ciudad (de mi ciudad) Emilio Bacardí Moreau. Estudiar su relación con el arte. Su filantropía. Sus aportaciones culturales al Santiago de su tiempo. Lo presento y no espero respuestas. Me lanzo a la investigación. La ciudad sigue enfrascada en su celebración. Yo, comienzo a caminar taciturna por sus callejones. Me paseo calle arriba, calle abajo. Cuento los adoquines. Miro asombrada el edificio neoclásico de la ciudad (el Museo Bacardí), la biblioteca majestuosa (la que lleva el nombre de la esposa de don Emilio). Entro. Pregunto. Cuestiono. Sueño. Todo lo que no se suponía que debía hacer. Bacardí, en la Cuba de 1994, era (y creo que sigue siendo) sinónimo de contrarrevolución. Hacer toda una tesis de un Bacardí era más que gusanería. Yo debía ser poco menos que una lumpen al servicio del imperio yanqui para siquiera pensar en algo como eso. Los Bacardí aparecían en lugar prominente en la lista negra del Gobierno Cubano. Apátridas. Terroristas al servicio de la CIA. Traidores. Gusanos. ¿Una tesis de un Bacardí? Locura total. “Lo que te van a dar, en lugar de un título, es una patá por el culo,” me llegó a decir un historiador catalán que merodeaba los archivos santiagueros por esos años, y que al parecer conocía mejor que yo la intríngulis marxista-leninista de mi gobierno. Pero yo tenía 23 años. Y, por supuesto, nada me detuvo hasta finalmente defender mi tesis “Emilio Bacardí: un hombre de su tiempo,” con la que obtuve un sobresaliente y un título que hoy cuelga, enmarcado, muy cerca de donde escribo.


La investigación


Realicé esta, mi primera investigación histórica, en poco menos de seis meses. Todos los días visitaba el Archivo Histórico de Santiago y entre miles de papeles y cajas a punto de desaparecer bajo el polvo y la polilla, encontraba uno que otro documento digno de ser copiado en mi única libreta (ni pensar por aquellos días en la magia de una fotocopiadora o la maravilla de un documento digital, tampoco en una cámara fotográfica) La libreta en cuestión llegué a cuidarla más que a mi propia vida. Me imaginaba que luego de tanto copia que copia, busca que busca, me la robaban. De más está decir que, esa libreta de rayas verdes, se convirtió en mi bien más preciado, en mi único objeto de lujo. Incluso, vino en mi maleta, cuando en 1996 decidí marcharme de Cuba.

La biblioteca Elvira Cape (lleva el nombre de la esposa de don Emilio) fue otro de los espacios donde investigué. Aquí tuve un poco de mejor suerte que en el Archivo. Luego de dos o tres meses de visita diaria, pude granjearme la confianza del encargado de la sala de “libros raros,” lugar adonde había ido a parar todo lo que tuviera que ver con nombres proscritos como Bacardí. Pero tampoco fue mucho lo que allí pude encontrar. Creo que, en realidad, no hice grandes aportaciones a la historiografía Bacardí. Nada que no se hubiera publicado ya en algún otro lugar o en algún otro momento. Pero yo me fui enamorando del tema. Soñaba con los ojos azules de don Emilio. Recreaba, como en una novela, los hechos que durante el día recopilaba en los archivos o en la biblioteca. Y, aunque sin grandes expectativas, sí pude conocer una historia que había sido excluida de los libros de historia en todo el país. Una historia que, probablemente el mundo entero conocía, menos yo y toda mi generación que vivía aún en Cuba.


Hallazgos

El tema de mi tesis era don Emilio. Pero fue imposible sustraerme solamente a él. De forma obligada tuve que irme a su familia, sus orígenes, el inicio de un pequeño negocio para destilar ron que empezó con el nombre de “Bacardí y Boutellier”; el símbolo del murciélago; la quiebra; el incendio que devoró la fábrica; las revoluciones pro independencia; el exilio familiar a Jamaica y la muerte de Lucía Victoria Moureau (madre de don Emilio) en Kingston sin que su cadáver pudiese ser trasladado a Cuba; la conspiración revolucionaria de don Emilio; encarcelamiento en las islas Chafarinas; su elección como primer alcalde de Santiago de Cuba; el amor, expresado en cartas cursadas entre los hermanos Bacardí Moreau, por el árbol de coco que crecía en la misma entrada de la fábrica de ron. Y ya más tarde, el trabajo de Emilio como mecenas de la ciudad: el museo, la biblioteca, la Banda Municipal, el alumbrado público…

Fue entonces que salí de las salas de los archivos y me fui a caminar por la ciudad buscando el rastro de mi investigado y estos fueron los resultados:


- El museo Bacardí llevaba cinco años cerrado por “remodelación”. Las piezas que componían la valiosa colección, permanecían mal almacenadas y los rumores de robos y ventas de estas obras eran constantes.

- Justo al frente del Museo, está la placita Bacardí. Es un pequeñísimo parque que tiene, a manera de busto, la mascarilla mortuoria de don Emilio, realizada por su hija Lucía Victoria (Mimín). Esta escultura se encontraba “enterrada” bajo una inmensa caja de cemento. En algún momento postrevolucionario, se decidió que el homenaje a un Bacardí no era ideológicamente correcto, por lo que debía desaparecer del entorno urbano. Así que quedaba un banco para sentarse, un árbol milenario, muchas palomas y un gran túmulo de cemento que pocas personas sospechaban lo que guardaba.

- Las oficinas centrales de Bacardí eran ahora una fábrica de medias. Aunque completamente dividida en pequeños cubículos, aún se puede ver el inmenso murciélago que forman las losetas del piso.

- La casona señorial ubicada muy cerca del parque Céspedes que una vez fuera de la familia Bacardí, fue entregada luego de la Revolución a infinidad de familias que ocuparon cada habitación y cada espacio. Lo que una vez fue una magnífica sala, ahora es un espacio para jugar baloncesto (sin la mitad del techo); por el patio central pululan los cerdos y las gallinas aunque mantiene intacto un precioso mural hecho en mosaicos valencianos que representa a San Jorge (patrón de Cataluña) matando al dragón.

- Mientras que en la fábrica de ron ya no está el famoso cocotero y tampoco ninguno de los murciélagos que remataban la fachada. Todos fueron tirados abajo por marrones revolucionarios. Allí no me permitieron ni siquiera entrar. Estaba completamente prohibido.

- Villa Elvira, la casa de campo de la familia Bacardí-Cape en las afueras de Cuabitas, lugar donde murió don Emilio y de la que se conservan abundantes descripciones gracias a la prensa de la época, es ahora una casa-escuela para niños del campo. Sobre la antigua piscina se construyó una estructura que sirve como salón de clases, las esculturas de Mimín Bacardí que ubicaban en los jardines, siguen ahí, solo que sin cabeza, sin brazos y arropadas de maleza. La casona conserva su grandeza, a pesar de las subdivisiones sin sentido. También allí sigue un piano de cola y un inmenso reloj de péndulo que, sin dudas, son muy Bacardí. La gran escalinata que compone la fachada también sigue en pie. Allí se sentó un día toda la familia para tomarse una foto. Imagen que aún se conserva. Yo me senté en esa escalera y respiré el recuerdo.

Y pasaron los meses. Y finalmente presenté mi tesis. Mi padre lloró. Me felicitaron. Me recomendaron que la publicara. Todos contentos. Y ya.

Así llegó el ansiado aniversario 480 de la fundación de la ciudad. Alguien se dio cuenta que en la Plaza Bacardí había una escultura enterrada y quitó aquella infame caja de cemento. El museo reabrió con menos piezas, pero renovado. Lo demás quedó igual. Bacardí siguió en la lista negra de los proscritos y la ciudad continuó su rumba en lontananza.

Yo, recién graduada y con aires de gran intelectual, me fui a cumplir mi servicio social adonde la Revolución me mandara. Solo que jamás pensé que fuera… ¡Al Cementerio!


Continuará...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estimanda Doctora.
Estoy ansioso por seguir leyendo su relato
Nieve de los Angeles ha dicho que…
Estimado anónimo:
Pensé que no tenía lectores, por lo que paré mi escritura. Ahora, luego de esta petición, reinicio mi andar.
Criticartt ha dicho que…
Desde Sitges, pueblo origen de la familia Bacardí,i como descendientes de ellos, me ha encantado esta entrada y como historiadora del arte, tengo que confesar que me he reido mucho com la segunda parte. Hacer de guia por los cementerios ahora està de moda en Catalunya, pero hace casi 10 años esto era impensable! Un estudio muy interesante sobre los Bacardí que consigue cerrar el círculo de la investigación hecha desde Sitges.

Seguimos en contacto!!
Gracias
Nieve de los Angeles ha dicho que…
Me da mucha alegría saber que me lees desde Sitges. Nunca he ido, pero sí lo he soñado. Algún día iré.
Ciertamente, ahora veo mucho más normal el hecho de guías en cementerios. Pensé que lo hacía por mi pasada experiencia, pero tienes razón, ya hemos evolucionado.
Estoy terminando de escribir la tercera parte de esta historia que involucra a Bacardí.
TaekwondoBanyoles ha dicho que…
Interesante. Descubierto su blog y esta entrada por pura casualidad. Muy agradaecido por la información. Saludos desde Banyoles.
Ah, y si puede visite Sitges. Lo recomiendo también. La Casa Bacardi (muchos le llaman museo, pero no lo es)le ofrece una visión personalitzada de su historia además de acabar la visita con una degustación. Además, es de obligada visita el resto de museos y más ahora, después de remodelación durante años de parte de ellos.
Cordiales saludos!

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