El recinto número 12


La tecnología parece ser hoy la partera de la historia. Y en el plano de la educación, la propia tecnología impone nuevos paradigmas que luchan por emerger entre los ya obsoletos y bicentenarios cánones asumidos por las universidades en el siglo XIX.

Y es que el panorama desde los mil ochocientos para acá, ha cambiado considerablemente. Ya no estamos ante gigantescas fábricas, sino ante una economía que está centrada en el conocimiento y la información como bases de productividad y competitividad. El mayor valor agregado ya no lo tiene la producción manufacturera, sino un producto intangible y escurridizo: el conocimiento. Y no un conocimiento cualquiera o fragmentado. No. Para enfrentarse al mercado laboral en los próximos años habrá que conocer mucho de todo; ser capaz de manejar gran cantidad de información y dominar la tecnología asociada a la especialidad.

Un estudio reciente, realizado por la Fundación Lumina, sugiere que Estados Unidos necesitará graduar a un millón de estudiantes universitarios anualmente, por los próximos 16 años, si pretende seguir siendo una nación competitiva. Mientras que el Departamento del Trabajo asegura que, en los próximos 10 años, los trabajos de mayor crecimiento serán aquellos que exijan estudios universitarios. Reconociendo la importancia de las universidades en este nuevo panorama económico, la administración Obama ha invertido considerables millones de dólares para alcanzar tres objetivos: 1-que cada ciudadano norteamericano reciba, al menos, un año completo de educación universitaria; 2-conseguir la tasa de graduación más alta entre los países desarrollados para el 2020; 3-fomentar el aprendizaje perenne, de por vida.

Con estos esfuerzos gubernamentales (regidos por la necesidad histórica) se puede predecir que no pocas personas regresarán a la universidad en busca del conocimiento perdido (ya se habla de un 73% de estudiantes “no tradicionales”). Otros continuarán estudios postgraduados. Y, no faltarán los estudiantes regulares o de nuevo ingreso. Ahora bien, ¿qué hacemos con esta información? ¿de qué nos sirve saberlo si no hacemos nada, si permanecemos estáticos, como dinosaurios en negación?

La anticipación, o visión prospectiva, es una de las virtudes que garantizan el éxito dentro un mundo activamente globalizado. Estar en el lugar correcto, en el momento oportuno y con un producto o servicio excelente e innovador, constituye la clave para el futuro de todo tipo de organización, incluyendo a las universidades. Incluyendo también, por qué no, a la universidad del Estado.

Es por esto que propongo el nacimiento de un nuevo recinto para la UPR (el #12). Un campus que ofrezca sus clases completamente en línea, asumiendo el nuevo entramado tecnológico, pero con su mirada fijamente puesta en la calidad. Ese sería su sello y ahí radicaría su competitividad. La oferta académica de este recinto serviría a todos los estudiantes del sistema UPR (activando su función unificadora); llegaría hasta aquellos que viven en áreas aisladas sin importar la ausencia de transportación pública; garantizaría la continuidad de sus períodos lectivos aún en tiempos de huracán; unificaría los esfuerzos aislados que hacen los recintos por implantar proyectos de educación a distancia efectivos; y podría (y debería) convertirse en un auténtico imán de talentos, atrayendo a investigadores y estudiantes extranjeros (tal como lo hacen MIT, Harvard o Columbia).

El campus virtual de la UPR, sin paredes, estacionamientos, pupitres, ni horarios, permitiría a sus estudiantes, no solo crear un conocimiento duradero y útil, sino que los prepararía tecnológicamente para enfrentarse a un mundo laboral interconectado, hipervinculado y ciberespacial. Mientras que daría a la UPR la frescura, ese soplo de vida que necesita para reinventarse, adaptarse a los nuevos paradigmas y caminar hacia el futuro.

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