Fidel y yo


Parecía como si la muerte hubiera decidido hacerle caso al nobel de literatura José Saramago y, sencillamente, no aparecer ni cumplir sus funciones. Quizás, por esas intermitencias de la muerte, siempre había creído, tal vez a nivel de ese inconsciente jungiano, en la inmortalidad de Fidel Castro. Claro, hasta ahora que me despiertan, las noticias de su enfermedad, posible gravedad o hasta más ¡su deceso como cualquier mortal! Y es entonces, cuando llegan las reflexiones.
Creía que odiaba a Fidel. Pero, ¿cómo aborrecer a un personaje que, en gran medida, ha vivido contigo toda tu vida? Porque en realidad, Fidel ha regido mis destinos. Nací, no bajo la constelación del Toro como dice mi horóscopo, sino bajo los influjos de Fidel Castro. Justo cuando las energías enteras de mi mundo (Cuba) estaban empeñadas en producir diez millones de toneladas de azúcar. Era 1971 y ya se sabía del fracaso total, no sólo de los millones de azúcar, sino también de las 12 millones de cabezas de ganado vacuno y 500 mil toneladas de pescado.
Gracias a Fidel formé parte, durante toda mi infancia, adolescencia y adultez temprana, de un gran experimento, que afuera llaman “Revolución Cubana.” Y, (de nuevo debo dar gracias), por esta casualidad de mi destino, es que ahora, puedo ahorrarme unos cuantos dólares en visitas al sicoanalista, porque de antemano sé exactamente la causa de mis neurosis, mis alteraciones de carácter y también de mis fracasos: Fidel Castro.
A ver si no. Cualquier ente medianamente sensato pensaría que el fracaso estrepitoso de los 10 millones es suficiente para no volver a cometer el mismo error. Pero no. Más tarde la panacea a todas nuestras carencias vendría en forma de vaca (no una vaca cualquiera). La famosa Ubre Blanca, que implantó récord en 1980 de producción lechera y a la que veía (por fuerza) todos los días por los únicos dos canales de televisión, iba a sacarnos del subdesarrollo. Cuba no sólo iba a vender millones de litros de leche de esta vaca, sino que ya en 1987, Fidel estaba seguro de que podría crear “prodigiosos descendientes” que darían cien litros de leche al día cada uno. Veía a Fidel visitar con mucha frecuencia a Ubre Blanca (yo creo que hasta hablaba con ella) e incluso se le hizo un monumento en Isla de la Juventud. Se dice por ahí, en los círculos más paranoicos, que en efecto clonaron a la vaquita y que pronto, muy pronto, nadaremos en mares de leche y abundancia.
Luego, por ciclos intercalados, volvimos todos a meternos en la fiebre del azúcar y más tarde del café. Tuve que ir muchos domingos con mi madre a cortar caña en camiones rusos, con alegría revolucionaria. Luego, con el mismo entusiasmo, sembramos café hasta en los espacios verdes de las carreteras y autopistas. Incluso, papá Fidel (así yo le decía) iluminó a todos con la idea de desecar la Ciénaga de Zapata, ¿para qué hace falta un pantano lleno de cocodrilos, ante la necesidad imperiosa de la Revolución de producir café?
Debo decir que con ese mismo empeño y voluntariedad participé en las diferentes campañas revolucionarias. Contra el dengue y los mosquitos trasmisores (no quedó Aedes Aegipty vivo); a favor de las vacunas (a vacunar a todos los niños en las escuelas con “pistolitas”, en fila india y sin la autorización de los padres); contra los gusanos que se van del país (a tirar huevos a todos los que se aparezcan por Inmigración, si estaban congelados y podridos, mejor); defensa contra ataques aéreos inminentes (a construir refugios subterráneos en cada esquina, no importa que se hunda el país ni que en esos huecos pestilentes se reproduzca el Aedes Aegipty)
Todo esto y aún no sobraba petróleo para mantener alumbradas las casas, ni el azúcar o el arroz para eliminar las “libretas de abastecimiento,” o el dinero para comprar ropas, zapatos y juguetes. Aunque, eso sí, ya éramos un país “en vías de desarrollo” desde hacía mucho tiempo.
Pero llegó lo inesperado. La Unión Soviética y el bloque socialista decidieron cambiar sus rumbos. Así que para nosotros, siempre bajo el liderazgo supremo de Fidel Castro, era la hora de sacrificio (¿más?). Bueno, sin preguntar mucho, ahora debíamos ahorrar petróleo. Nos piden que apaguemos los aparatos eléctricos, las luces y todo lo que huela al preciado líquido. Es la hora de apagones de hasta tres días, de sembrar algo comestible hasta en las macetas de las rosas, de criar cerdos en los baños de los apartamentos, de hacer jabón de sábila, carne de las colchas de mapear y de aprovechar al máximo todo: hasta las cáscaras de los plátanos había que comérselas.
En 1996, debo dar gracias de nuevo a Fidel, porque sin él jamás hubiera decidido marcharme de mi país. ¡Y cómo nadie es profeta en su tierra! Sin él, quizás nunca hubiera tenido que separarme de toda mi familia y vivir sola con mis hijos. Debo agradecerle porque mi esposo no tiene que soportar a su suegra, yo no tengo que cuidar a mis sobrinos y primos (que ni siquiera conozco) y tampoco someterme al escrutinio del clan familiar.
Con este historial nadie se sorprende que todos los días amanezca con un invento nuevo, que me obsesione con empresas quijotescas, que padezca de un extraño síndrome antisocial o que imagine personajes misteriosos que me persiguen y escuchan mis conversaciones y que hasta hable con los animales, especialmente con las vacas.
Gracias a Fidel soy insanamente feliz, obstinada, sé reconocer a un Aedes Aegipty de un mosquito común, sé armar una AK 47 rusa, sé hablar ruso, sé cortar caña, recoger papas, tirar huevos, repetir consignas, correr al refugio más cercano cuando suene la sirena. Puedo vivir sin luz eléctrica, sin comida, sin mi familia y sin zapatos. Y eso sí, siempre optimista, porque sé que soy un ser humano en “vías de desarrollo.”

Comentarios

Elsa M. Castro ha dicho que…
Genial la forma de expresar todo aquello que haz vivido y lo que aún te resta por seguir preguntándote ¿por qué estuviste ahí? Maravillosa, aunque paradójicamente suene mal,es la vida que te ha tocado vivir en la que haz podido comparar dos mundos "distintos" y decidir cuál vivir o tal vez decidir cuál es supuestamente es el menos malo.
Estoy curiosa por leer tu libro, porque aunque tengo la copia de tu disertación, me parece que el libro tiene una chispa que sale del rigor de la academia. Así que nos veremos en cualesquiera de tus presentaciones.
José Juan Díaz Caballero ha dicho que…
Al leer tu experiencia con los disparates del socialismo cubano pienso si el problema estriba más en la manía de nuestra cultura occidental de adorar a la ciencia como la religión que resuelve todos los problemas del ser humano. Recuerdo como siempre que escuchaba el discurso socialista se menciona tal o cual solución CIENTÍFICA a tal o cual problema social. Las experiencias de Nieve me recuerdan la mías de niño en Carolina, Puerto Rico. Recuerdo como incesantemente familiares y vecinos me estimulaban a estudiar mucho para que no terminara cortando caña. En ese Puerto Rico de la operación Manos a la Obra la agricultura era una vergüenza, parecía que desprestigiarla era requisito para la americanización del país. Y que paradójico, nuestro país ya no hace azúcar pero la importamos, precisamente de EE.UU. que sí la siembra…

Macondo puede quedarse corto. No olvido el avión gris sobrevolando Carolina irrigando insecticida sobre nosotros para protegernos de mosquitos y enfermedades. ¿A quién se le ocurriría eso ahora? Una vez leí que nuestra isla apenas tiene mariposas y cucubanos por esos experimentos. Al ratito de pasar el avión se empezaba a oler la peste del insecticida.

Recuerdo a los adultos discutiendo como había agentes cubanos en Puerto Rico para raptar a los niños y extraernos la sangre para enviársela a Fidel a Cuba para apoyar la revolución. También a unos vecinos republicanos estadistas explicando que el odio de Fidel a Estados Unidos era porque los americanos habían castrado a Fidel.


¿Dejaron algún efecto real o nocivo toda esa sarta de disparates con que yo me crié? Yo he escuchado jóvenes en este siglo 21 decir que en Puerto Rico no puede haber independencia “porque a nadie le gusta sembrar.”


Saludos Nieve y éxito.
Nieve de los Angeles ha dicho que…
Gracias JJ por tus comentarios. En verdad dices cosas que yo desconocía. Esa parte de nuestra historia está aún por contarse y creo que es el momento de sacar esos testimonios.
Me resulta curioso como el comunismo sustituyó al "cuco" de los cuentos de hadas.
Eso de que iban a sacarle sangre a los niños se parece a rumores que circularon en Cuba que aseguraban que a los niños los iban a convertir en carne en lata para enviarla a la Unión Soviética o que la Patria Potestad le sería quitada a los padres, etc.
Parece ser que Jung tenía razón cuando hablaba del inconsciente colectivo, sólo que en este caso sería la "locura colectiva" de la que nosotros somos felices sobrevivientes, con marcas de vacunas, con algún rastro de pesticida en nuestro ADN (yo viajaba frecuentemente entre Ciego de Avila y Camaguey cuando en Cuba se desató la fiebre porcina, teníamos que bajarnos todos de la guagua y pasar sobre sacos repletos de formol); y con copiosas dudas existenciales. Pero aquí estamos.

Gracias JJ.
Nieve de los Angeles ha dicho que…
Elsa:
Ciertamente he podido comparar dos mundos y, en ocasiones, se me hace muy difícil el exilio (no sólo territorial sino de pensamiento y obra)
El libro tiene imágenes preciosas donadas por el Archivo Luis Muñoz Marín y una edición cuidadosa para limpiar un poco el exceso de rigor académico.

Un abrazo

Nieve
Anónimo ha dicho que…
Revista La Memoria de Nuestro Pueblo
Rosario, Argentina.
Año V, Número 47
revistalamemoria@yahoo.com.ar
Sumario:

La Historia Oral en el Caribe, por Laura Benadiba. Maestría en Historia de la Universidad de Tres de Febrero. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

El pogrom de 1919 y la construcción de su olvido, por Fernando Cesaretti y Florencia Pagni. Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.

Los judíos textiles de Villa Lynch y el I. L. Peretz. Última parte, por Nerina Visacovsky. Escuela de Historia y Política de la Universidad Nacional de San Martín.

Acerca de la política de relocalización indígena en el área pampeana: el caso de los indios Quilmes (fines del siglo XVIII). Última parte, por Florencia Carlón. Departamento de Historia. Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Como concebimos los hechos históricos. Última Parte, por Maximiliano Rodríguez. Escuela de Historia. Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.

Laika en el cielo con diamante, por Horacio Cagni. Escuela de Ciencia Política. Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Salvador.

La participación popular en los proyectos de investigación y desarrollo, por Mario Di Bella. Departamento de Filosofía. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

La Hora de los Pueblos (continuación), por Damián Descalzo. Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Memoraciones:
Enrique Santos Discépolo: Porvenir - Infamia

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